Hoosiers (1986)

2025-07-05 14 min

En líneas generales, nunca me había interesado el deporte, a excepción de practicarlo ocasionalmente cada doce años. Aunque esta última vez estoy siendo algo más constante. A mi cuerpo le sienta bien y, sobre todo, a mi cabeza.

¿Y por qué hablo de deporte? Porque esto va de Hoosiers, cine deportivo al más puro estilo americano. Y aunque en algún momento del metraje cae en sentimentalismos de cine de sobremesa, la película consigue lo que se propone.

Antes de entrar de lleno en la película, me gustaría reflexionar un poco sobre el cine deportivo y los valores que pretende transmitir. Lo cierto es que, en lo personal, el deporte nunca me atrajo demasiado. Pero últimamente he cambiado de opinión: no hay mejor forma de expresar el esfuerzo y la superación —ya sea personal o colectiva— que a través del deporte.

El deporte —los deportistas— inspiran, y al igual que en toda gran historia, con su camino del héroe, consiguen transmitir las mismas emociones, o incluso más. Hace tan solo unos días fue la final de Roland Garros, y en casa vivimos el partido con una intensidad que pocas películas podrían igualar. La primera parte estuvo claramente dominada por Sinner, pero a mitad de partido, con tres bolas de juego en contra, Alcaraz sacó fuerzas y ánimos de no se sabe dónde —teniendo en cuenta que ya habían pasado más de tres horas— y le dio la vuelta a todo. El resto del partido es historia del tenis y un ejemplo de tenacidad y de lucha por alcanzar la victoria.

Pues bien, este es lo que debe transmitir el cine deportivo. Y Hoosiers está a la altura. Vamos al lío.

La historia comienza cuando un antiguo entrenador, del que no sabemos demasiado, llega a un instituto del Medio Oeste —en Indiana, concretamente— para hacerse cargo del equipo de baloncesto. Su llegada es recibida con mucho recelo por los locales, a excepción del director del instituto, que es quien le ofrece la oportunidad.

Antes de llegar a su destino, vemos al protagonista atravesar campos y varias poblaciones. Un detalle curioso de este viaje es que vemos a varios jóvenes practicando baloncesto a su paso. Aquí el baloncesto no es solo un deporte: es casi una institución, un pilar de la sociedad

Este aspecto casi sagrado del baloncesto se traduce en la ortodoxia de los locales y es la primera traba con la que deberá lidiar el nuevo entrenador para poder implantar sus ideas. La gente en estos lugares apartados no es muy amante de los cambios.

Todo esto queda patente en los primeros diez minutos de metraje: panorámicas del paisaje para situarnos mientras un coche avanza en su camino; un frío recibimiento e interrogatorio por parte de uno de los profesores al cruzarse con el protagonista; y el encuentro con el director, de cuya conversación deducimos que un turbio pasado y una nueva oportunidad han llevado al nuevo entrenador hasta este remoto lugar. Minutos después, en una especie de presentación informal en la barbería del pueblo, se confirma todo esto sin entrar nunca en detalle.

Todo este arranque funciona muy bien. Sirve para que comprendamos de cuán lejos viene el protagonista, en solitario, y el desafío que le espera para ganarse la confianza de los locales.

La película no se anda con rodeos: el nuevo entrenador se pone inmediatamente manos a la obra. Le vemos enfrentarse al entrenador suplente y también a los propios jugadores. Pero gracias a la autoridad que conlleva el puesto, empieza el trabajo duro. Cabe decir que no todos los locales están en su contra: poco a poco va encontrando el apoyo necesario para mantenerse motivado.

Cómo me gusta esta manera de narrar de aquellos años: directa al grano. Y es que tengo la impresión de que es en esa época cuando se alcanza el zenit en cuanto a narrativa audiovisual. Si lo pensamos detenidamente, salvo excepciones, no ha habido mayor avance en materia narrativa. Es cierto que la tecnología —en especial la digitalización y el CGI— ha cambiado la forma de producir las películas. Ahora es mucho más fácil. Pero, a pesar de todas las virguerías técnicas, la narración en esencia no ha cambiado gran cosa, al menos en lo que respecta a las historias bien contadas.

Recuerdo que durante la década de los 2000 se puso de moda la técnica de cámara en mano. Hay momentos en que puede servir para transmitir la tensión del momento o conseguir que la secuencia parezca real, como si se tratara de una grabación improvisada. Pero en aquellos años se abusó sobremanera: tener Parkinson era requisito indispensable. En fin, todo eso quedó atrás. Y menos mal.

También me encanta la fotografía. Me gusta ver ese grano del celuloide… qué digo ver: sentir el grano. Pero no solo eso. En su conjunto, la película se percibe como tal, como cine de verdad. Y no es que me queje de lo digital, pero imagino que para alguien que ha crecido consumiendo el cine que se hacía hace 30, 40 o 50 años es normal entender el cine de aquella época como un estándar, además de no poder evitar cierta nostalgia. Para qué nos vamos a engañar.

Pero bueno, me estoy desviando del asunto principal.

Aparte de la trama principal del entrenador, hay otras historias que también tienen relevancia en el conjunto. Por un lado, tenemos a la profesora, que más adelante se convertirá en el interés romántico del protagonista. Por otro, está la promesa del equipo de baloncesto, que ha decidido no volver a tocar un balón tras la muerte de su antiguo entrenador, en una especie de retiro monacal. Y por último, tenemos al borracho del pueblo, interpretado por Dennis Hopper, a quien todo el mundo desprecia. Esto queda muy claro cuando entra en el bar pidiendo una limosna y termina por ser echado del mismo… y más adelante descubriremos que es, nada menos, su propio hijo quien lo larga.

La película en sí transcurre dentro de lo previsto: entrenamiento, primeros partidos desastrosos, mejora del equipo. En fin, lo que sería el nudo de la historia, y más tratándose de un filme sobre un equipo de baloncesto.

Todo el arranque y el nudo tienen muy buen ritmo, aunque cuando el equipo empieza a tener éxito y ya hacia el último tramo, la película pierde interés. El diálogo prácticamente desaparece y se transforma en poco más que un anuncio publicitario mediocre de aquellos años.

Y ya que he mencionado el tema de la publicidad, es bien cierto que esto fue una dinámica muy marcada en aquellos años. Muchos profesionales de la publicidad se pasaban al cine, y este absorbió esa forma de hacer. Aunque no todos los resultados fueron malos: ahí tenemos a Ridley Scott o a su hermano Tony Scott, que nos han regalado grandes películas. Bueno, y algún cagarro que otro también. Pero eso es hilo de otro costal. Algún día intentaré abordar una película de cada hermano. De Ridley no sabría cuál reseñar, pero de Tony Scott creo que lo tengo claro: Amor a quemarropa.

Pasando al tema actoral, tenemos a Gene Hackman —al gran Gene Hackman— haciendo de Norman Dale, el entrenador del equipo de baloncesto. Cómo me gusta este hombre. Qué naturalidad. Creo que nunca le he visto hacer un mal papel. Me encantó en The Royal Tenenbaums (el segundo largometraje, y probablemente el mejor, de Wes Anderson), haciendo de padre embustero, adulador de serpientes. Y es que este hombre lo ha hecho todo. O al menos ha interpretado con éxito todos los registros posibles. Ha hecho comedia en Una jaula de grillos, drama en El espantapájaros, thriller en The French Connection, villano de cómic en Superman, western en Sin perdón. Y podría seguir.

En cuanto a su papel en Hoosiers, creo que ha quedado claro: una grandísima interpretación, de lo mejor de la película.

Barbara Hershey es la contrapartida femenina. Hace de profesora circunspecta y algo engreída que, desde el principio, no aprueba al nuevo entrenador. La verdad es que no hay mucho que destacar del personaje. La actriz está bien en su papel de mujer frustrada por las circunstancias, que ha decidido volcarse en su trabajo y en la familia. Era evidente que los dos personajes —polos opuestos—, más tarde o más temprano, terminarían encontrándose. Un papel convincente.

Investigando en la filmografía de Barbara Hershey he descubierto que hizo de víctima de una violación demoníaca en El ente. Esta película la vi hace la tira de años en la tele. Qué mal rollo me dio. Aún me siguen viniendo a la mente algunas de las escenas. Es curioso que se estrenase el mismo año que otra película de temática similar: Poltergeist.

También son destacables en su filmografía otras películas como La última tentación de Cristo o Un día de furia.

Dennis Hopper hace de Shooter, el borracho del pueblo. El perdedor que nadie respeta. El nuevo entrenador decide darle una oportunidad, al igual que a él se la dieron. No sé hasta qué punto es interesante este personaje y su trama como reflejo del protagonista, pero, a diferencia del entrenador, le falta fuerza de voluntad y convicción para mantenerse alejado de los malos hábitos que lo llevan por la senda del perdedor.

Tampoco ayuda al personaje la sobreactuación de Dennis Hopper. No termina de funcionar con el tono de la película. Probablemente otro actor hubiera estado mejor en este papel. Y pensar que estuvo nominado al Oscar por este papel y no por Terciopelo azul, que también se estrenó ese mismo año y donde creo que su estilo excesivo encaja mejor.

Creo que uno de los momentos más insulsos del filme es la escena de Shooter en el hospital, tras haber ingresado por hipotermia a causa de una borrachera suicida como penitencia por haber fallado en mantenerse sobrio. Aparte de no aportar gran cosa a la trama, tampoco es que resulte interesante.

En fin, el papel hubiera requerido de alguien menos desmedido que Dennis Hopper.

En cuanto a los jugadores del equipo, cabe destacar que muy pocos —por no decir ninguno— eran actores profesionales. Se pretendía reforzar la autenticidad deportiva antes que la actoral. Y es cierto que, a excepción de algunas frases (evidentemente algo tienen que decir para que podamos empatizar con ellos), no son papeles que realmente requieran de una gran capacidad interpretativa. Para eso ya están los actores principales.

Como curiosidad, parece ser que Gene Hackman estuvo ayudando a estos actores principiantes a pulir sus aptitudes actorales.

Hoosiers se estrena en 1986. Es un año muy interesante en cuanto a cine: El nombre de la rosa, Aliens, La mosca, Los inmortales, Terciopelo azul (sí, la menciono dos veces), Cuenta conmigo, La misión, Angustia, etc. En fin, así podría seguir un buen rato.

Hoosiers no se encuentra precisamente entre las más taquilleras de ese año. De hecho, sus 28 millones de dólares de recaudación quedan bien lejos frente a los 180 recaudados por Top Gun en el mercado doméstico. Top Gun recaudó 357 millones en todo el mundo. Ahí es nada.

Aun así, esto no significa gran cosa. La película costó unos 6 millones, por tanto dio beneficios y, por ende, no fue un fracaso.

La película está considerada, según algunos sitios web, como la mejor cinta de cine deportivo. Pero bueno, esto de los rankings sirve para lo que sirve y, al final, es cada uno quien debe decidir sobre el asunto. En lo personal, la colocaría en un top 10 de películas deportivas.

Más allá de los números y las listas, la película ha alcanzado con el tiempo cierto estatus de culto. Hay mucho contenido dedicado a ella con solo buscar un poco por internet. Como ejemplo sirva esta página: hoosiersarchive.com.

Y es que no en vano la película es un claro retrato de ese espíritu emprendedor y de gente hecha a sí misma que, a través de la voluntad, consigue lo que se propone. Por eso puede entenderse que sea un filme que inspire tanto a propios como a extraños. Aunque la realidad es bien distinta a todas estas historias: no hay que dejarse engañar por la falacia del esfuerzo ergo recompensa. Hay muchos más factores que influyen en el éxito de cualquier empresa, que van más allá de la plena dedicación, y que podríamos englobar bajo una sola palabra: suerte.

La clave está más bien en disfrutar de lo que uno haga y luego ya veremos. Como decía Picasso: que la musa me pille trabajando. O algo así.

En cuanto a la banda sonora… la verdad es que me parece que ha envejecido bastante mal. Mira que las comparaciones son odiosas, pero mientras la escucho no puedo evitar tener la impresión de que Jerry Goldsmith intenta marcarse un Vangelis con sus Carros de fuego. Ni por asomo se acerca a la épica que transmite Vangelis. Una diferencia fundamental entre las dos bandas sonoras son esas bases rítmicas que usó Goldsmith. Qué mal suenan hoy día. Los teclados tampoco parecen estar a la altura: me recuerdan demasiado a los que usaban los gitanos para hacer bailar a la cabra al ritmo de samples y notas estridentes.

Por contra, sí me parece un acierto el póster de la película, que también se usó para la portada del disco. Esas zapatillas en primer plano y, de fondo, las extensiones de cultivo retratan a la perfección el espíritu del film.

Cabe decir que por mi parte disfruté mucho más la película, puesto que al mismo tiempo estaba enfrascado en la lectura de un libro de viajes con el baloncesto como contexto de fondo, o como excusa para recorrer los EE. UU.: Coast to Coast.

Concretamente, en el capítulo séptimo, el autor está atravesando Indiana. Una de sus paradas es precisamente Knightstown, Indiana, donde se encuentra el pabellón Hoosier Gym, que sirvió como sede de los Hickory Huskers en la película.

Es curioso ver el paralelismo de los inicios de Larry Bird con el personaje de Jimmy Chitwood, la estrella del equipo de la película. La gran esperanza blanca es precisamente de Indiana.

En definitiva, Hoosiers es una gran película que, a pesar de que en su último tercio pueda ser más que previsible y de los defectos ya mencionados, no desmerece en absoluto. En esta película el resultado no es lo más importante, sino el camino recorrido. De hecho, es tan previsible como que el filme está basado en una historia real: la de un equipo de una pequeña población de Indiana que consiguió la misma gesta en 1954.

Por último, para cerrar, quisiera que esta reseña sirviera también a modo de homenaje a Gene Hackman, que nos dejó a principios de año a la edad de 95 años. Me gusta pensar que ahora estará brillando entre las estrellas.