Memorias de Africa (1985)

2025-05-12 13 min

💡 Se recomienda leer este artículo escuchando la banda sonora de la película.

Al fin me he decidido a ver Memorias de África. Tenía esta película pendiente desde hace mucho y creo que ha valido la pena la espera. Dudo que la hubiese apreciado de la misma manera que lo he hecho ahora.

La película se basa en el libro de título casi homónimo, Lejos de África, de la autora danesa Isak Dinesen —seudónimo de Karen Blixen—, donde narra su periplo africano. Supongo que más tarde cambiarían el título para facilitar su venta tras el estreno de la película.

El film podría parecer una historia de aventuras en su sentido más clásico. Y aunque podría evocarnos películas como La reina de África, Mogambo o cualquier otra producción de los años 50 ambientada en el continente africano, en realidad es otra cosa.

Un relato lleno nostalgia y esperanza, amores y desamores, enfermedades, libertad y guerra; de fracasos y de superación personal. También se abordan cuestiones sociales como la influencia occidental, la propiedad privada o el capitalismo. Aunque no se traten con profundidad, su presencia es evidente en el subtexto, testimonio de aquella época colonial.

En definitiva, el film trata asuntos que, si bien tenían más presencia antaño en el cine, hoy se echan en falta. El cine parece haberse empequeñecido.

Me gusta mucho ese prólogo narrado por una ya envejecida protagonista, mientras se intercalan recuerdos y sueños de un pasado que pudo haber sido un presente, y que ahora no es. Solo quedan los recuerdos. Pero, como ella, también yo me estoy adelantando.

You see, I had a farm in Africa at the foot of the Ngong Hills. But it began before that…

Tras estas palabras viajamos al pasado, cuando la protagonista —Karen Dinesen, interpretada por Meryl Streep— es más joven, aunque no tanto como para no pensar en casarse. Aquí descubrimos que el hombre al que Karen ama no le corresponde y ella termina comprometiéndose, en lo que parece un acuerdo de conveniencia (él ofrece un título, ella dinero), con el hermano de aquel, Bror Blixen. Quizá por despecho, pero también porque “se le pasa el arroz”. A principios del siglo XX, acercarse a los treinta y no estar casada era algo mal visto.

Al finalizar este segundo prólogo, otra elipsis —más breve en el tiempo pero más larga en la distancia— nos lleva desde las frías tierras danesas hasta África. Los títulos de crédito se superponen sobre paisajes africanos atravesados por el tren, acompañados por la inmensa música de John Barry, que exhala nostalgia como pocas veces se ha visto en el cine. Solo por este momento, ya merece la pena ver la película.

Este leitmotiv, que escucharemos varias veces más, refuerza ese sentimiento nostálgico que envuelve toda la película, y lo hace con la fuerza de este tema y del resto de la banda sonora. Sin duda, uno de los grandes aciertos de la realización. Probablemente, lo mejor de la película.

Es durante ese viaje hacia su nuevo hogar cuando Karen conoce a Denys Hatton, interpretado por Robert Redford. Las idas y venidas de Denys serán una constante en la vida de Karen.

A medida que avanza la película, Denys va ganando relevancia. Como Karen, también nosotros —los espectadores— lo vamos conociendo poco a poco: a través de encuentros, a veces fortuitos, otros más buscados, en los que se revela como un hombre libre, aventurero, escurridizo. Un espíritu que no puede, ni quiere, ser contenido.

Todos los actores están convincentes en mayor o menor medida, aunque más por el tratamiento de los personajes que por sus interpretaciones en sí.

Meryl Streep es la auténtica protagonista, interpretando a la propia autora, que aparece como un dechado de virtudes. Durante el metraje la vemos cazar leones, atravesar la sabana, trabajar en la plantación de café y sufrir reveses (que no contaré aquí), afrontándolos con una entereza admirable. Y es precisamente esto lo que hace tambalear un poco la credibilidad del personaje. No se puede ser tan magnífica.

Es una mujer fuera de su época. Para algunos, demasiado moderna; para otros, demasiado tradicional. Una figura que incomoda, precisamente porque no encaja en ningún molde.

Solo cuando lo ha perdido todo, logra ganarse el respeto de todos. Ese reconocimiento se representa de forma simbólica cuando, por fin, se le permite entrar al bar del club social que antes le estaba vetado. Allí, entre miradas cómplices y resignadas, se brinda a su salud.

Ya no es la misma mujer. Ni ellos son los mismos. Ella ha hecho que el mundo —aunque sea un poco— cambie con ella.

En fin. Lo dicho. Es un personaje que no pertenece del todo a ningún sitio, y por eso solo encuentra consuelo en los recuerdos. En la idealización de un pasado fragmentado, y probablemente tampoco del todo verídico.

Tampoco me convence ese acento extraño que tiene el personaje en versión original. Entiendo que ella es danesa, pero su marido es sueco y, aunque está interpretado por un actor alemán, no se percibe un acento tan marcado.

Como curiosidad, Robert Redford no quiso adoptar acento británico para el personaje de Denys, a pesar de que en la realidad era inglés. Sidney Pollack, el director, aceptó a regañadientes, prefiriendo mantener el carisma natural del actor antes que arriesgarse a un acento forzado. Pero vamos, que bien pudo haber hecho lo mismo con el personaje de Karen. Fuente 🔗.

El personaje del marido, Bror Blixen, interpretado por Klaus Maria Brandauer, me parece muy adecuado para el tiempo de metraje y la relativa profundidad que se le dedica. Es un miembro de la nobleza europea y, como tal, mantiene siempre una actitud fría y distante. Aunque no ama a Karen —recordemos que su matrimonio es por conveniencia—, se percibe que la admira. Esto queda especialmente claro al final del film, cuando él es quien le comunica una dura noticia, ya sola y arruinada.

El otro personaje relevante en la historia es Denys Finch Hatton y que se convertirá en el nuevo interés romántico de Karen. Robert Redford da vida a este cazador de caza mayor que acompaña a ricos occidentales en excursiones de safari.

Robert Redford hace de Robert Redford. Se le ve cómodo en el papel. Probablemente esta es la imagen que tiene de sí mismo desde que rodase Jeremiah Johnson. Y, en cierto modo, los personajes se parecen. Aun así, no deja de ser un personaje cautivador y convincente.

Y el último gran protagonista es el paisaje. No solo enmarca la historia, sino que le aporta carácter, profundidad y sentido de escala. Todo ello gracias a un extraordinario trabajo de fotografía y localización de exteriores.

Intento imaginar lo que habría sido ver esta película en el cine, en su estreno. Esas praderas verdes que se extienden hasta el infinito. Esos vuelos sobre cañones llenos de árboles. Uno no puede evitar soñar con esta película.

Curiosamente, Karen y Denys parecen estar más unidos cuando están solos, en plena naturaleza, y más distantes cuando vuelven a la civilización.

Out of Africa —su título original— se estrenó en 1985. El Nuevo Hollywood había puesto el último clavo en el ataúd unos años antes, con el estrepitoso fracaso que supuso La puerta del cielo, de Michael Cimino. Una película extraordinaria, aunque con altibajos, que fue vapuleada en su día. A los norteamericanos no les interesaba que les recordaran un pasado demasiado sangriento.

Hollywood se adaptaba a los nuevos tiempos. La sociedad americana había cambiado. Los directores estaban siendo puestos en su sitio. Y la industria volvía a mandar, salvo contadas excepciones. El fin del mundo nunca llega de golpe.

Si en los setenta el cine de autor y las historias realistas eran lo que se llevaba, en los ochenta la gente ya no quería eso. Star Wars y el cine de evasión habían llegado para quedarse.

La gran diferencia entre entonces y ahora es que, aunque ya se copiaban unos a otros —las exploitation estaban en su máximo auge con el mercado de los videoclubs—, al menos las grandes producciones se esforzaban por ser originales. El cine fascinaba.

1985 fue un año en el que las historias de ciencia ficción y fantasía dirigidas al público joven empezaban a mostrar signos de fatiga. Las películas de acción comenzaban a ganar protagonismo. Esto se aprecia en los estrenos más taquilleros en su semana de estreno: Beverly Hills Cop, Rocky IV, Commando, Code of Silence, Rambo: First Blood Part II, Death Wish 3, etc. Fue en esos años cuando la figura del justiciero cobró relevancia cultural. Figuras como Chuck Norris, Charles Bronson, Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger llenaban las salas de cine.

Aun así, Out of Africa se sitúa entre las cinco películas más taquilleras de 1985. Solo por detrás de Back to the Future, Rambo II, Rocky IV y The Color Purple.

La gran perdedora de los Oscars fue precisamente The Color Purple. La triunfadora, Out of Africa, que se llevó siete estatuillas, incluyendo mejor película, mejor director, mejor guion adaptado y mejor banda sonora.

No podría terminar este texto sin detenerme en ese último premio, que para mí es el mayor logro del film: la banda sonora. La música es magistral. Funciona como un reloj suizo, especialmente en los momentos en que suena el tema principal junto a los paisajes.

Si Meryl Streep es la gran protagonista en pantalla, la música lo es en el alma de la película.

El disco por si solo funciona tan bien o mejor que en la película. No sé a qué estás esperando. Si todavía tienes lector de CD o tocadiscos, ¿a qué esperas para comprarlo? IM•PRES•CIN•DI•BLE. Te facilito el enlace a Discogs.

El film fue dirigido por Sidney Pollack, que ya había sido nominado previamente un par de veces. Entre su filmografía está la que posiblemente sea la mejor película de aventuras jamás rodada: Jeremiah Johnson, su primera colaboración con Robert Redford y el inicio de una relación profesional que daría lugar a títulos muy interesantes.

Otra película que me fascina es Danzad, danzad, malditos, o They Shoot Horses, Don’t They? en su título original. Una especie de Los juegos del hambre ambientado durante la Gran Depresión, donde los participantes de un concurso de baile deben bailar hasta la extenuación. Solo la última pareja en pie gana el premio.

En general, Sidney Pollack tiene una filmografía cuento menos interesante. Out of Africa es, posiblemente, el punto más álgido de su carrera. Lo que vino después puede tener interés, aunque ya no está a la misma altura. Out of Africa es mucha película.

En cuanto a The Color Purple, de Spielberg, todavía la tengo pendiente, al igual que Always. Me interesa ese periodo en el que Spielberg empieza a buscar reconocimiento como director serio. Aunque tendría que esperar hasta 1993 para obtenerlo con La lista de Schindler.

Si hay que ponerle un pero a Memorias de África, sería la falta de realismo en ciertos momentos. La fascinación inicial se desvanece al recordar lo distante que debía ser la verdadera realidad del lugar.

Tengo la impresión que la visión que ofrece del mundo colonial está bastante edulcorada. Me falta algunas tensiones entre colonizadores y nativos. No olvidemos que quienes trabajan en las tierras de la baronesa lo hacen bajo un sistema que parece casi feudal.

Tampoco se aprecia miseria, salvo en algunas enfermedades que afectan a ciertos personajes. A veces por cuestiones culturales —el chico que se niega a ser tratado por blancos—, otras por la falta de acceso a la sanidad —el amigo que enferma—.

Otro detalle que me irrita: en África parece no haber mosquitos ni nada parecido. Además de esas cenas románticas a la luz de la hoguera, con vino y naranjas frescas cada noche.

Técnicamente, algunos cromas —especialmente uno al principio— dejan que desear. Incluso para su época. Otras películas de entonces están mejor resueltas. Aunque es cierto que debía ser una técnica compleja. Recordemos el croma en Regreso al futuro, cuando Doc y Marty están sobre las llamas que deja el DeLorean en su primer viaje temporal.

Aunque hay momentos que me hacen torcer el gesto —como ese en que Karen se enfrenta a un león con un látigo—, pronto los olvido y me dejo llevar por la fuerza de lo que se narra. La película no pretende ser un testimonio fiel del momento. Aunque el libro en el que se basa sea un relato de memorias, con personajes reales.

En definitiva, estamos ante una historia de amor y desamor, de búsqueda de uno mismo y de superación, que fascina, aunque tanto la representación de la realidad social y natural del entorno puedan distar de lo que debió de ser aquel periodo colonial.

Pero seamos sinceros: no hemos venido aquí a ver un documental, sino una película que, solo por sus paisajes y, sobre todo, por su música, nos permite viajar como pocas veces se ha visto en el cine.

Aun con sus defectos —que no son tantos como pueda parecer—, si no es una obra maestra, debe de estar muy cerca de serlo. Hay momentos en los que uno podría estar soñando y, sin embargo, como en la vida misma, ese sueño se acaba. Tal vez esta última reflexión resuma la película. Y también la vida: soñamos y despertamos.

Y eso me hace pensar… ¿qué habrá después del sueño?