The Shrouds (2024)

2025-05-23 12 min

En términos absolutos, no sé muy bien qué decir de The Shrouds. No puedo decir que sea una mala película, pero tampoco creo que sea una gran película. Lo que sí es innegable es que la cinta da para hablar un buen rato.

Eso fue justo lo que hicimos, un amigo y yo, tras salir del cine: nos quedamos un buen rato charlando sobre el porqué de ciertas cosas. Y la verdad, solo por eso ya vale la pena. Por eso he mencionado que no es una mala película: no deja indiferente. Solo añadir que éramos seis en la sala y dos se fueron a mitad de metraje — ellos lo tienen más claro que yo.

Así que puedo entender que hayan tardado tanto en sacar esta película en cines. Se estrenó el año pasado en Cannes, y hasta hace poco menos de un mes no había llegado a la cartelera. No en vano ha sido distribuida por un promotor independiente. Y es que parece mentira que, a sus 82 años, David Cronenberg siga siendo capaz de provocar.

El personaje interpretado por Vincent Cassel (Karsh) es un visionario —al estilo de Steve Jobs, Elon Musk o, más recientemente, Sam Altman— que ha fundado no solo una empresa tecnológica, sino también un nuevo mercado: la gravetech. Una nueva rama tecnológica que traslada la lógica de la fintech o la medtech al sector funerario. Por si ya no bastaban los vivos como público objetivo, ahora también los muertos.

El negocio principal de esta empresa consiste en permitir observar, en tiempo real y desde una app instalada en el móvil, cómo se descomponen los cuerpos de nuestros seres queridos, enterrados en el cementerio propiedad de la compañía, gracias a un sudario inteligente que transmite imágenes tridimensionales en alta definición del cadáver desde el ataúd.

La trama se pone en marcha cuando este cementerio tecnológico es vandalizado, y nuestro protagonista decide investigar quién ha podido hacerlo y por qué.

Solo esta premisa, como concepto de partida, me parece una idea genial: no solo por lo absurda, sino también por lo irónica, como analogía del mundo de las startups y del sector tecnológico en general. Cronenberg plantea aquí el último uso fútil de la tecnología: un sistema que no sirve para nada práctico y que, aun así, algunos están dispuestos a pagar como acto de esnobismo extremo. “¿Has visto cómo se pudre mi marido?”, le dice una mujer a otra en la peluquería. Más adelante en el film, se sugiere incluso que algunas de estas innovaciones no son lo que prometen, sino grandes fraudes tecnológicos, especialmente en lo que respecta a las inteligencias artificiales.

La película todavía lanza más ideas y conceptos interesantes: la paranoia que generan los sistemas tecnológicos, el espionaje industrial, agencias de espionaje, grupos ecologistas anti-tecnología, el duelo por un ser querido o la degradación de los cuerpos enfermos —tema recurrente en la filmografía de Cronenberg—. Sin embargo, estos temas, que se presentan principalmente a través de diálogos, no terminan de beneficiar al film. Personalmente, me habría gustado ver imágenes que defendieran esas ideas, no solo para mejorar el ritmo y la trama, sino también para enriquecer la ambientación. Al fin y al cabo, no deja de ser una película de ficción especulativa.

Este exceso de diálogos me hace pensar en una posible limitación presupuestaria. Hay muchas escenas en interiores, y los pocos exteriores tienden a repetirse. Como resultado, la trama se apoya demasiado en los diálogos. Entiendo que hay conceptos complejos que requieren ser explicados con palabras, pero en muchos otros casos no parecía necesario decirlo todo en voz alta.

En cuanto al hilo conductor, la película no consigue desarrollar una trama sólida. A medida que avanza, la historia se vuelve algo inconexa, salpicada de insertos de humor —que, aunque cueste creerlo, los hay, y no funcionan mal como alivio para aligerar la historia—, y marcada por una narrativa dispersa y un final abrupto. Pero, vamos, que esta última parte no me parece nada extraña viniendo de Cronenberg.

Aun así, la película no deja de ofrecer escenas impactantes. En concreto, el momento en que el personaje de la esposa se rompe la cadera todavía me hace dar un respingo, incluso mientras escribo estas líneas.

En cuanto a los actores, Diane Kruger está impecable en su doble papel de esposa fallecida y de hermana gemela reprimida. Hacia el último tercio de la película, su personaje se desboca, revelando una faceta muy mórbida que había mantenido bien oculta.

El otro rol femenino lo aporta Sandrine Holt —qué guapa es esta mujer—. Tiene un papel más secundario que Diane Kruger, pero funciona como contrapeso narrativo para que Karsh —el personaje de Vincent Cassel— salga, al menos parcialmente, de su duelo eterno. Especialmente en lo que respecta a volver a entablar una relación con una mujer tras la muerte de su esposa.

Con Vincent Cassel como actor no tengo ningún problema, aunque hacia el final de la película —no sé si por su interpretación o por cómo está escrito el personaje—, deja de recordarme a ese empresario visionario del inicio y pasa a parecer un hombre débil, arrastrado por las circunstancias. Como nota aparte, es curioso el parecido físico entre el personaje y el propio Cronenberg. ¿Una suerte de alter ego?

El problema me surge con Guy Pearce, que interpreta al exmarido de la cuñada de Karsh y que, además, es una especie de hacker informático encargado de resolver un virus que han introducido en el sistema de la empresa de Karsh. Y es que este señor no me termina de convencer nunca. Ni aquí ni en otras películas. Macho, es que no me lo creo. No digo que sea un mal actor, pero personalmente no me convence. Además, su personaje es el más flojo de los cuatro principales, con esa deriva de paranoias que no acaba de cuajar.

Y por cierto, qué momento más raro cuando el personaje de Pearce es grabado por el móvil mientras acosa a su exmujer, y además le suelta un secreto clave para que el protagonista sepa hacia dónde dirigirse después. No sé… a mí no me pega ni con cola. Toda esa secuencia me pareció muy ortopédica. A no ser, claro, que la intención fuera reforzar la idea de paranoia general. Pero aun así, es uno de los momentos más flojos del film.

A esto se suma otra tara de la película: The Shrouds es, por momentos, excesivamente pretenciosa al intentar abarcar tantos temas. Y todo ello con el hándicap de una narración errática, cargada de diálogos. En lo personal, este Cronenberg tan hablado no me termina de convencer.

Por ejemplo, una película como Crash, del mismo director, fluye narrativamente mucho mejor y resulta más coherente consigo misma. No necesita tanto guion —es decir, tanto diálogo—, sino que se apoya mucho más en lo visual. Eso sí, ambas obras coinciden en algo: son profundamente ballardianas. Especialmente Crash, que se basa en la novela homónima de J.G. Ballard.

Y ya que he mencionado Crash, hablemos de sexo. Si bien en Crash los momentos X son extraños, perturbadores y, sobre todo, abundantes, en The Shrouds hay solo uno, pero no se queda atrás. Dos personajes están en la cama haciendo una cuchara muy morbosa/necrófila/cómica que dura lo suyo y que, en pantalla grande, surte su efecto. La escena consiguió provocar algunas sonrisitas y a más de uno de los cuatro que estábamos en la sala, removerse en la butaca. Olé. Hacía tiempo que no me incomodaba así en un cine. Y eso es algo que Cronenberg sabe hacer muy bien.

Estéticamente, la película es impecable, aunque no alcanza el nivel de algunas obras anteriores. Vuelvo a remitirme a Crash. La fotografía es muy buena —como cabía esperar—, y es precisamente por eso que, con el cuidado con el que está hecha, resulta una lástima que narrativamente se venga tanto abajo. Lo formal, sin el apoyo de una buena narración, se queda en eso: un bonito cuadro.

Por otro lado, en la parte positiva, me gusta mucho que Cronenberg haya vuelto a sus orígenes. Este tipo de tramas centradas en la conspiración tecnológica y la paranoia de sus personajes siempre se le dieron muy bien, aunque con los años la frescura de aquellas primeras cintas parece haberse desvanecido un poco. Tampoco nos pasemos.

Puede que los años empiecen a pesarle a Cronenberg. Normal: debía de tener unos 81 años cuando rodó esta película.

Veo The Shrouds emparentada con Videodrome. Sin embargo, mientras que en Videodrome la trama funciona, esta la veo demasiado errática. Las dos películas se ambientan en un futuro cercano o paralelo, con sociedades altamente tecnológicas donde las grandes corporaciones están en pugna constante por el poder. Todo muy cyberpunk. No en vano, antes me referí a Ballard, a quien bien podría considerarse el padre del cyberpunk, algo antes de que llegaran autores como William Gibson o Bruce Sterling en los 80 para acuñar el término.

Ambas películas transcurren en un presente distinto al nuestro o en un futuro cercano. También hay una organización en la sombra que cuida de no ser descubierta. En ambas, la tecnología tiene una presencia e influencia determinantes. También tenemos hackers: si bien en Videodrome el personaje es el técnico de la emisora, en The Shrouds es un informático especializado en seguridad. Pero, en el fondo, son muy parecidos, incluso en sus acciones. Y, para rematar, en ambas películas la gente parece estar profundamente alienada y constantemente manipulada a través de la tecnología. En fin, todo muy alegre.

Junto con eXistenZ, estas tres películas podrían conformar una suerte de trilogía cyberpunk, entendida según los códigos y obsesiones del propio Cronenberg. No se trataría tanto de una trilogía argumental, sino más bien temática, centrada en la relación entre el cuerpo, la tecnología y la percepción de lo real.

Que, por cierto, creo que no he vuelto a ver eXistenZ desde que la alquilé en el videoclub. Mira por dónde, voy a aprovechar el estreno de The Shrouds para revisarla. Y ya que estoy, también volveré a ver Videodrome y me hago el combo.

Estas tres películas dibujan, en cierto modo, forman un tríptico que va desde la manipulación mediática, al juego con la identidad, y finalmente a la dolor por la pérdida.

Por otro lado, estas obras son también reflejo de la evolución social y de los intereses personales del propio autor. Si bien en las dos primeras el foco está en los cambios tecnológicos y su impacto en la psique y el cuerpo, en The Shrouds la muerte emerge como tema central. Imagino que, teniendo más de 80 años, es un asunto que debe rondarle mucho la cabeza. Puede que esta película sea la forma en que Cronenberg se enfrenta a la muerte. A su propio duelo.

En definitiva, The Shrouds podría haber funcionado mejor como un podcast en el que Cronenberg expusiera todas estas ideas en contraposición al momento que vivimos, porque la película termina por aburrir, además de no saber cómo cerrarse a sí misma.

Qué lástima. Por su premisa, parecía que Cronenberg volvía a sus inicios, pero con tanto diálogo y tan poco exploitation, el film queda algo desdibujado. Lo cual, por otro lado, es coherente con la deriva de sus últimos trabajos, como Cosmopolis o Maps to the Stars, donde el diálogo tiene un peso mayor, pero que, en un film de género, no acaban de ofrecer un resultado muy sólido.

Cronenberg sigue siendo un gran realizador en lo formal, pero aquí ha querido hacer algo demasiado complicado. Me recuerda, en cierto modo, a Christopher Nolan con Tenet —salvando siempre las distancias: Cronenberg es muchísimo más interesante.

Puede que con un segundo visionado la aprecie mejor, pero tendrá que pasar un tiempo antes de que me apetezca digerirla de nuevo. Las obras de Cronenberg no son fáciles, ni para todos los gustos.

Con mejores o peores resultados, hay que reconocerle algo: siempre nos deja abundante food for thought.

Como decía Max Renn al final de Videodrome: ¡Larga vida a la nueva carne!

Y que Cronenberg nos siga regalando unas cuantas películas más… antes de envolverse en su propio sudario.